Saltar al contenido
Índice
Descargar el ebook de DGR Descargar
Comprar el libro DGR Comprar
Aprenda Más
Involúcrate
Conectarse con DGR

Los padres fundadores de los Estados Unidos no buscaban fundar una utopía basada en derechos humanos. Eran comerciantes capitalistas cansados de las restricciones del viejo orden. El viejo mundo tenía una jerarquía bien definida. Este patrón básico se replica en todos los lugares donde la civilización ha surgido. Existe Dios (a veces en singular, otras en plural) en la cima, quien elige de manera directa tanto al rey como a los líderes religiosos. Estos pueden ser la misma persona o las funciones se pueden repartir. Debajo le siguen los nobles, los sacerdotes y el ejército. De nuevo, a veces estos grupos no están tan bien definidos y a veces son discretos. Más abajo están los vendedores, comerciantes y artesanos talentosos. La base de la pirámide contiene a la mayoría de la población: personas bajo la esclavitud, servidumbre o bajo varias formas de contratación. Y a todo esto se le considera la voluntad de Dios, lo cual hace que la resistencia sea psicológicamente mucho más difícil. Defenderse de un abusador, ya sea un individuo o un vasto sistema de poder, nunca es fácil. Enfrentar a Dios con "D" mayúscula requiere de un nuevo nivel de valentía, lo cual explica porque este arreglo aparece de manera universal a través de las civilizaciones y porque es tan intransigente.

En el occidente, uno de los primeros golpes contra el Derecho Divino del Rey fue en 1215, cuando algunas de las aristocracias obligaron al Rey Juan I de Inglaterra a firmar la Carta Magna. Exigía que el rey renunciara a algunos de sus privilegios y que respetara los procedimientos legales. Establecía habeas corpus y los procesos judiciales respectivos. Más importante aún era el principio que afirmaba: el rey y la iglesia están regidos por la ley, no están sobre ella y los ciudadanos tienen derechos contra su gobierno. De esta manera, la Carta Magna hundió a Inglaterra en una guerra civil, la Primera Guerra de los Barones. El papa Inocencio se involucró por igual, absolviendo al rey de tener que ejercer la Carta Magna, no porque haya sido obligado a firmarla, pero porque era una blasfemia. Entiéndase que era un crimen contra Dios sugerir que las personas podían cuestionar o exigir demandas al rey.

La Revolución Americana puede verse como otra revuelta de barones. Esta vez eran los barones mercantes, la clase capitalista en ascenso, quienes forjaron una rebelión contra el rey y la alta burguesía desembarcada de Inglaterra. Querían quitar al rey y a los aristócratas fuera de la ecuación, para que el flujo de poder fuera Dios → propietarios. Cuando dijeron "Todos los hombres son creados igual", querían decir muy particularmente hombres blancos dueños de propiedades. Parte de esa propiedad incluía a personas negras, mujeres blancas y más en general, una gran canasta de trabajadores que eran necesarios para convertir este continente de un territorio de sustento de las comunidades naturales y nativas a riquezas privatizadas. Menos del 5 por ciento de la población podía votar bajo la constitución siguiendo la redacción original. Bajo la ética protestante en auge, amasar riquezas era una señal del favor de Dios y de la gracia de Dios. Dios todavía era manejable, sólo había cambiado la alianza de los viejos poderes hereditarios a una clase mercantil emergente.

Esta clase nueva tenía una nueva serie de prioridades al servicio de sus derechos otorgados por Dios para acumular riqueza. El occidente había tenido economías de mercado durante miles de años; son esenciales para alimentar cualquier civilización. Los bienes deben ser comercializados, primero vienen del campo, luego de las colonias (y siempre hay colonias) para llenar las necesidades crecientes exigidas por la base de poder sobredimensionada. (El Desierto del Sahara alguna vez alimentó al Imperio Romano, lo cual debería decirte todo lo que necesitas saber sobre el apetito de la civilización y el destino final de los ecosistemas sobre los que se sustenta.)

Las economías de mercado originales de occidente y en efecto, de alrededor del mundo, estaban anidadas dentro de una economía moral basada en redes de comunidad, cuidado, preocupación y responsabilidades. Los propietarios y prestamistas estaban restringidos por las normas de la comunidad y la influencia de líderes afuera de la ley, como los ancianos, curadores y oficiales religiosos. Este mundo social se mantenía unido por lazos personales de afecto y obligación mutua. Estos eran precisamente los lazos que la clase capital emergente necesitaba destruir. Su concepto de libertad significaba libertad de aquellas obligaciones y responsabilidades. En su esquema, los individuos eran libres de la moral tradicional y de los valores de la comunidad, al igual que del rey y la alta burguesía desembarcada, para perseguir sus propios intereses financieros. Lo que unió este mundo social no fueron los lazos de afecto y obligación, sino contratos impersonales; y los contratos impersonales favorecían a los ricos y a los prestamistas mientras desposeían a los pobres, los empleados, inquilinos, esclavos y deudores.

En 1776, la mitad de los inmigrantes a América eran sirvientes contratados. Tres de cada cuatro personas en Pensilvania, Maryland y Virginia habían sido o se mantenían como trabajadores laborando bajo contrato, 20 por ciento de la población eran esclavos y el 10 por ciento de la población era dueña de la mitad de la riqueza. George Washington era el hombre más rico de América.

Los grupos de personas no sobrellevarán la opresión sin que algunos de ellos contraataquen. Esto es cierto en todos lados, no importa qué. Hubo movimientos populistas enormes y fértiles en América al mismo tiempo, con visiones de una verdadera democracia que todavía hoy no han sido equiparadas. Por ejemplo, los comunes tomaron control del gobierno estatal de Pensilvania y escribieron en su constitución lo siguiente: "Una enorme proporción de propiedades adquiridas por pocos individuos resulta peligroso para los derechos y destructivo hacia la felicidad común del ser humano; y por lo tanto cada estado libre debe tener el derecho otorgado por sus leyes a disuadir la posesión de tales propiedades".

Y aquí hay otros hechos que probablemente no aprendiste en la escuela pública. Entre 1675 y 1700, las confrontaciones militantes derrocaron los gobiernos de Massachusetts, Nueva York, Maryland, Virginia y Carolina del Norte. Para 1760 hubo dieciocho rebeliones dirigidas para derrocar los gobiernos coloniales, seis rebeliones negras y cuarenta disturbios mayores. "¡La liberación de toda oligarquía, doméstica o extranjera!", fue el slogan de las personas comunes. "Doméstica" hacia referencia a George Washington y sus amigos, los barones mercantes. Las personas podían reconocer quienes eran sus enemigos puesto que muchos de ellos habían sido literalmente pertenencias de los ricos. Contrasta ese slogan con la siguiente cita de John Jay, el presidente del Primer Congreso Continental y el primer Jefe de Justicia de la Suprema Corte: "Las personas a quienes les pertenece el país deben de gobernarlo". De hecho, los soldados comunes montaron ataques múltiples contra los cuarteles del Congreso Continental de Filadelfia. Ninguno fue aceptado por el gobierno que los barones mercantes estaban proponiendo.

Lo que los barones mercantes querían era un gobierno nacional centralizado con la habilidad de suprimir a través de la coerción los movimientos disidentes internos, regular el comercio, proteger la propiedad privada y subsidiar la infraestructura que guiaría a la economía. En última instancia lo que querían hacer era desangrar un continente vivo y vasto para transformarlo en riquezas, y no querían que nadie se metiera en su camino. Esa es la trayectoria que esta cultura ha hecho durante 10,000 años desde los comienzos de la agricultura. Lo único que ha cambiado es quién recibe el beneficio de este acto de sangrado.

Necesitamos entender el legado contradictorio del liberalismo para comprender la izquierda de hoy. Cualquier idea política capaz de derrocar una teocracia, monarquía o fundamentalismo religioso vale la pena ser considerada, pero una ideología que obstaculiza la transformación radical de otros sistemas de poder igual de violentos, necesita ser examinada rigurosamente y en última instancia rechazada.

El liberalismo clásico valora la soberanía individual y sostiene que la libertad económica y derechos de propiedad son esenciales para esa soberanía. John Locke, llamado el Padre del Liberalismo, argumentó que el individuo, en lugar de la comunidad, era la base fundacional de la sociedad. El creía que los gobiernos existen por el consenso de los gobernados, no por derecho divino. Pero la razón por la cual el gobierno es necesario es para defender la propiedad privada, para evitar que las personas se roben los uno a los otros. Esta idea atrajo a los ricos por una obvia razón: querían conservar su riqueza. Desde la perspectiva de los pobres, las cosas se veían decididamente diferente. Los ricos eran capaces de acumular riquezas al tomar la labor de los pobres y al transformar a los comunes en comodidades que podían ser poseídas privadamente; por lo tanto, defender la acumulación de riquezas en un sistema que no tiene otra restricción moral es, en efecto, defender el hurto, no es una protección de él.

El liberalismo clásico a partir de Locke tiene una contradicción en su centro. Cree en la soberanía humana como un derecho natural e inalienable, pero sólo en contra del poder de la monarquía u otra tiranía cívica. Al liberar las restricciones éticas que habían existido sobre los ricos, el liberalismo clásico entregó a los económicamente poderosos la posesión de los impotentes, sencillamente intercambiando a los monarcas por los barones mercantes. Adams Smith en La Riqueza de las Naciones, publicada en 1776, proveyó la justificación ética para el capitalismo desenfrenado. Como se discutió previamente, la búsqueda de riquezas por su propio beneficio había sido considerada un pecado y tal actividad había sido restringida por una amplia gama de instituciones sociales. Pero Smith argumentó que la "Mano Invisible" del mercado proveerá lo que la sociedad necesite; cualquier interferencia del gobierno representaría un detrimento.

De acuerdo con el liberalismo clásico, el gobierno necesita abstenerse de cualquier participación en el ámbito económico, más allá de custodiar el cumplimiento de contratos. El compromiso del liberalismo clásico a los derechos civiles estuvo basado en una idea similar de lo que se denomina "libertades negativas". El gobierno no debe interferir en arenas como el discurso y la religión para así garantizar la libertad a los ciudadanos individuales. La Declaración de Derechos consiste esencialmente de una lista de libertades negativas. En el mundo real, lo que las libertades negativas significan es: si tú tienes el poder, te toca mantenerlo. Si tú eres dueño de la prensa o tienes el dinero para acceder a ella, eres libre para "decir" lo que sea que quieras. Si no lo puedes hacer, bueno, el gobierno no puede interferir. Por lo tanto, la gran mayoría de los ciudadanos no tienen derecho a ser escuchados de manera tal que sea socialmente significativo. De esta manera el liberalismo clásico incrementó los derechos de los poderosos contra los derechos de los desposeídos.

En 1880, los monopolios en crecimiento de las grandes fiduciarias (corporaciones) demostraron el objetivo final e inevitable de una economía sin regulaciones. Los reformistas vieron que el gobierno era la única institución que podría romper el estrangulamiento de las grandes fiduciarias. Los pensadores liberales empezaron a abandonar el compromiso clásico a la economía sin regulaciones, mientras permanecían comprometidos al individualismo y al concepto liberal de derechos civiles.

La gran escisión entre liberales y la verdadera izquierda vino en la década de los 40: mientras los liberales tomaron una posición anti-comunista, la izquierda auténtica fue purgada del liberalismo, especialmente de las uniones de trabajo y de la coalición New Deal (Nuevo Trato). Desde los principios del liberalismo clásico, los liberales habían adoptado al capitalismo. En efecto, el liberalismo clásico fue una base fundacional de la economía capitalista. Por lo tanto, a diferencia de Europa, no queda nada de una verdadera izquierda en los EU, ya que la verdadera izquierda parte del rechazo al capitalismo. No existe un partido político en los EU que represente una crítica al capitalismo. En esencia, el congreso está lleno con dos alas del mismo Partido Capitalista.

Después del desastre de la Gran Depresión, el liberalismo cambió a la idea de un gobierno de intervención para regular los negocios y así asegurar la competencia y hacer cumplir estándares de seguridad y labor. Este fue un intento de hacer que el capitalismo funcionara, no para deshacerse de él. Este acercamiento es muy diferente del socialismo estatal, en el cual el estado es dueño (no una institución reguladora) de los medios de producción (el cual ha producido sus propios desastres ambientales y de derechos humanos).

La versión moderna del liberalismo se llama liberalismo social. Mantuvo su compromiso con los derechos civiles, en especial las libertades negativas, y un sistema capitalista guiado por apoyos y regulaciones gubernamentales.

En este momento, la bases liberal de la mayoría de los movimientos progresistas obstaculiza nuestra habilidad, tanto individual como colectiva, para tomar acción. El individualismo del liberalismo y de la sociedad americana generalmente nos deja incapaces para pensar claramente sobre nuestra peligrosa situación. Las acciones individuales no son una respuesta efectiva al poder porque la sociedad humana es política; por definición está construida por grupos, no por individuos. Eso no quiere decir que actos individuales de valor físico e intelectual no puedan liderar movimientos. Pero Rosa Parks por sí sola no terminó con la segregación en Montgomery, Alabama dentro del sistema de autobuses. Rosa Parks junto con la inquebrantable determinación e inteligencia estratégica de toda la comunidad negra lo lograron.

El liberalismo también diverge del análisis radical en cuanto a la pregunta sobre la naturaleza de la realidad social. El liberalismo es idealista. Esto significa que apoyan la creencia que la realidad es una actividad mental. Por lo tanto, la opresión consiste de actitudes e ideas y el cambio social ocurre a través de la argumentación racional y la educación. En contraste, el materialismo es el entendimiento de que la sociedad está organizada por sistemas concretos de poder, no por los pensamientos e ideas, y que la solución a la opresión está en desbaratar aquellos sistemas de opresión, ladrillo por ladrillo. De ninguna manera implica que los individuos están exentos de examinar su privilegio y comportarse de manera honorable. Sí significa que los talleres de anti-racismo nunca terminarán con el racismo: sólo la lucha política para reorganizar los fundamentos del poder lo logrará.