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Ahora contrasta el movimiento revolucionario colonial con la estrategia actual que proponen muchos de los líderes del movimiento ambientalista radical. Hay mucho que aprender de estas personas, algunos de los cuales son individuos bondadosos y preocupados, y quienes son muy valientes al insistir que se debe de hablar con la verdad a un público enfermo con ignorancia. Estamos de acuerdo con los valores básicos de justicia, compasión y sostenibilidad y con los horrores forjados por la legitimación humana y además, con el hecho de que ambas, tanto la reducción de la población humana y el final de la civilización industrial son inevitables.

Donde discrepamos es en la idea de resistencia. Por ejemplo, Daniel Quinn explica de manera muy accesible porqué la civilización es insostenible y como está basada en la explotación. Deja en claro que a los humanos les espera unos tiempos horrendos en las próximas décadas y a las 200 especies que son llevadas a la extinción cada día, ya no les queda ningún tiempo. De cualquier forma, la estrategia principal que propone es la retirada, la cual denomina "abandonar la civilización". ¿A dónde? Bueno, no tiene pensado un espacio real, pero en su lugar propone un estado mental. Esto equivaldría a que los patriotas de Massachusetts decidieran que pueden obtener la libertad mental mientras la libertad real restringida por los impuestos injustos, juzgados corruptos, gobiernos no democráticos, ocupaciones militares, cuadrillas de prensa y explotación económica no fueran una meta importante o alcanzable. Los habitantes de la América colonial se retiraron, pero su retirada fuera más allá de una reformulación de sus lealtades intelectuales y emocionales. Se comprometieron a llevar a cabo actos de confrontación directa con el poder, a retirarse de las instituciones económicas y políticas responsables de su subordinación. Al final, su retirada fue tan exitosa que terminó en una guerra, aunque algunos historiadores argumentan que la independencia pudo haber sido ganada con las técnicas de no violencia que tuvieron grandes efectos en Massachusetts.45

Quinn merece ser citado porque la izquierda refleja bastante de su punto de vista:

Porque en nuestra cultura, la revolución siempre ha representado un ataque a la jerarquía, siempre ha significado la revuelta política, literalmente una revuelta de abajo a arriba. Pero la revuelta no juega ningún rol para superar la civilización. Si el avión está en problemas no le disparas al piloto, tomas un paracaídas y saltas. No tiene ningún punto derrocar la jerarquía; sólo la queremos dejar atrás.46

La metáfora de un avión en problemas se ajusta mal a la situación que el planeta enfrenta. Una comparación más adecuada sería la de un maníaco con el dedo a cinco centímetros del botón rojo que detonaría un arsenal nuclear. ¿Acaso alguien realmente argumentaría que "abandonar la situación" estaría a la orden del día?

Para encuadrar la imagen del aeroplano dentro de la imagen de la crisis actual, el planeta debe ser incluido. Aun así Quinn deja al planeta afuera de sus consideraciones:

Cuando hablamos acerca de salvar al mundo, ¿de qué estamos hablando? Obviamente no del globo en sí mismo. Pero tampoco del mundo biológico, el mundo de la vida. El mundo de los seres vivos, por raro que parezca, no está en peligro (aunque miles y quizás millones de especies sí lo están). Inclusive en nuestro más destructivo y peor estado, no seríamos capaces de dejar al planeta sin vida. Actualmente se estima que gracias a nosotros cerca de 200 especies se extinguen al día. Si continuamos matando nuestros vecinos a esta tasa, inevitablemente llegará el día cuando una de estas 200 especies sea la nuestra... Salvar al mundo sólo puede significar una cosa: salvar al mundo como un hábitat para humanos.47

Primero, los humanos pueden dejar este planeta sin vida. Una guerra nuclear lo puede lograr. También lo podría hacer la repentina emanación de metano por el derretimiento de la tundra del Ártico; pronto el planeta podría estar demasiado caliente para sostener la vida.

Pero en segundo lugar, y mucho más importante aún, ¿por qué esas 200 especies al día no valen lo suficiente para luchar por ellas? Desde los caracoles diminutos que construyen un hogar perfecto de espirales logarítmicos a los grandes ojos de una osa con una majestuosa ira maternal, ¿por qué la vida de estas criaturas provoca una ternura feroz de protección y solidaridad? ¿Por qué sólo son valuados como "habitat" humano?

He escuchado variaciones sobre esta posición en otros lados: no podemos matar al planeta, la pérdida de especies es lamentable pero inevitable; lo mejor que podemos hacer es aprender permacultura para que yo y mi familia tengamos alguna comida cuando llegue el colapso. Encuentro esta postura moralmente reprobable a un nivel que no puede ser defendida, sólo lamentada. Seguramente en algún lugar del corazón humano la empatía, lealtad y amor siguen vivos. ¿Cual es la razón de ser del corazón o sólo se trata de una bomba de oxígeno para nosotros mismos?

Simulemos que el avión que plantea Quinn está cargado con armas nucleares, las suficientes para matar a cada criatura viva en el planeta, y que el piloto pretende usarlas. Matar al piloto se vuelve una urgente necesidad moral de este experimento mental.

Tenemos ejemplos de eventos recientes. Las personas a bordo del cuarto avión de los atentados del 11 de septiembre se dieron cuenta que el avión sería usado como un arma. De cualquier forma morirían; su sentido del deber los llevó a derribar el avión antes de que pudiera ser usado para lastimar a alguien más. Esa es la situación en la que nos encontramos, en una escala masiva, y con toda la vida en la Tierra en riesgo, perdiendo 200 especies al día. Escapar con paracaídas para salvarse a uno mismo no debería ser el objetivo de un movimiento político que valga la pena ser nombrado como tal, aunque hubiera un lugar seguro donde uno pudiera aterrizar su "paracaídas".

La única otra estrategia de Quinn es la educación sobre la naturaleza de la civilización: “Enseña a cien personas lo que has aprendido aquí y anima a cada uno de ellos a enseñar a otros cien”.48 Como ya hemos visto, este es un entendimiento profundamente liberal del cambio social. Ciertamente los radicales creen en la necesidad estratégica de la educación, pero esa educación está enfocada hacia el objetivo de transformar las condiciones materiales de la subordinación sancionada socialmente para lograr condiciones materiales de justicia. Por ejemplo, este libro es un intento educativo, pero en última instancia es un llamado para confrontaciones directas con el poder. Quinn continúa: "Sé que nada cambia a menos que las mentes de las personas cambien primero. No es posible cambiar una sociedad aprobando nuevas legislaciones –a menos que las personas vean la necesidad de tener estas nuevas leyes".49 Esta declaración es tan ignorante que raya en lo bizarro. Desde la Decimotercera Enmienda al Acta de los Derechos Civiles de 1964, y desde las leyes contra el hostigamiento, violación y acoso sexual a las leyes del Acta para el Agua Limpia, éstas han cambiando profundamente a la sociedad al obligar a las personas a cambiar su comportamiento y suministrando las consecuencias cuando no se cumple. Más aún, dejando a las leyes afuera de las referencias, Georg Elser casi detuvo la Segunda Guerra Mundial por sí mismo. Lo logro no a través de la educación o al cambiar las leyes, pero intentando asesinar a Hitler. Intentó cambiar las condiciones materiales, no las mentes y corazones, y estuvo muy cerca de salvar decenas de millones de vidas.

Un concepto relacionado está en la idea del "bote salvavidas" propuesta por Richard Heinberg. Heinberg probablemente ha hecho más que nadie para aumentar la conciencia sobre el cenit del petróleo y el agotamiento de recursos. Su trabajo es convincente, atractivo y compasivo. Donde diferimos es en la necesidad de resistencia. El propone como una opción de acción al "bote salvavidas", el cual define como un "camino de solidaridad comunitaria y preservación".50 Esto incluiría el aprendizaje de habilidades de supervivencia básicas para la producción de alimentos y otras necesidades; la preservación del conocimiento científico, histórico y cultural; y el desarrollo de normas sociales para la toma de decisiones democráticas. Todas estas tareas son necesarias, y en efecto, conforman una gran parte de nuestro concepto de una cultura de resistencia, al igual que una gran parte de nuestra esperanza para el mejor caso de los escenarios. Pero al igual que con Quinn, no es suficiente. Estas actividades tienen que ligarse a la defensa teórica y pública de la resistencia y al apoyo material de quienes ejecuten la acción directa. Retomando el ejemplo de la Massachusetts colonial, los granjeros ya contaban con habilidades básicas de supervivencia, eran herederos del conocimiento de su época y tenían democracias locales fuertes en su terreno. Por sí mismo, nada de esto detuvo a los británicos de subyugarlos. Eso requirió de la resistencia. Pero Heinberg no cree que la resistencia contra la cultura industrial sea posible o aconsejable. Él escribe, "los esfuerzos para tratar de acabar con el industrialismo de manera prematura no parecen hacer sentido y son una equivocación; la ruina llegará lo suficientemente pronto por su propia cuenta. Es mejor invertir el tiempo y esfuerzo en estar preparados personal y comunitariamente.51 No sé porque cree que salvar nuestras relaciones con nuestros padres y abuelos que son las plantas y micorrizas, y nuestros primos y hermanos que son las aves y otras bestias, no tiene sentido y es una equivocación. ¿Qué podría tener más valor en el mundo que salvar la vida en sí misma? La ruina ya ha caído sobre el rinoceronte negro del África occidental y la cotorra de Carolina. ¿Cuántos más no se han unido a ellos para siempre en la eternidad de la extinción desde que empezaste la lectura de este libro?

También podemos contrastar esta actitud fatalista con la de los miembros de la resistencia alemana contra Hitler. Después de la invasión Aliada a Francia, los miembros de la resistencia consideraron si deberían detener sus intentos de frenar a los Nazis; la guerra había sido perdida y el regimen sería destruido en cualquier caso. Aun así decidieron arriesgar sus vidas y cientos sufrieron torturas por sus acciones. Tomaron esos riesgos porque, como dijo Henning von Tresckow, "Cada día, nosotros [los alemanes] asesinamos a cerca de 16,000 víctimas más". Esto no trata de ser un cálculo sino más bien una horrenda ecuación moral, y considerándolo así, la resistencia decidió intentarlo y salvar esas vidas.

Nótese bien que von Tresckow también dijo, "¿Cómo se nos juzgará en el futuro al pueblo alemán si ni un puñado de hombres tuvieron el valor de ponerle un fin a ese criminal?". En el futuro, con certeza la historia nos juzgará, si queda algo que pueda considerarse que sobreviva hasta el futuro por nuestra falta de valor contra esta cultura criminal.

Seré la primera en admitir que estamos contra un sistema con gran poder, a escala global, sin una población simpatizante de la cual podamos obtener ni combatientes ni ayudantes. Aun si granjeros analfabetas armados únicamente con horcas se enfrentaran contra el imperio más poderoso que ha existido y ganaran, seguramente podríamos apuntar a metas más elevadas que simplemente sembrar jardines.